Lectura

Los demasiados libros


Por ABRIL POSAS 

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Antes que nada: no es queja. Este texto no es para decir que hay demasiados libros y que ya párenle con los que están por llegar.

Es solo que tenía tiempo sin ir a una librería a plantarme en medio de los estantes, esos que abarcan todos los muros, de piso a techo y de una esquina a otra, a elegir un título entre tantos ejemplares. Las opciones se vuelven infinitas aunque no estemos en la sucursal de una cadena nacional, que tiene varios pisos y recovecos que albergan títulos hasta donde el capitalismo lo permite. Con que sean más de cien es fácil abrumarse ante las posibilidades.

Las posibilidades y lo recio que la cartera se cierra de pronto. Una situación que añade otro nivel de dificultad, porque entonces hay que ponerse a decidir concienzudamente, pues para como es luego la vida, lo que no se compra hoy ya no se compra mañana. Y por otro lado, es también un volado para el futuro. Aquí tenemos entonces dos apuestas: una cruel y otra esperanzadora.

La cruel es la que tiene que ver con la solvencia económica, especialmente si hace mucho que no se vive esa efímera bonanza que la gente llama «aguinaldo». Ya no es posible prometer que para fin de año se cubren esas deudas, mientras la cabeza va haciendo una lista de compras librescas que aceleran un poco el corazón. Ahora es momento de ser más fría, más calculadora, de elegir como si se tratara de algo crucial, de la que depende mucho. Mínimo las noches de lectura nocturna, en las que el sueño se intercambia por una hora o dos de unas palabras llegadoras. Así anda una, primero con una pre-selección de 10 finalistas, que se reduce a cinco, que termina en dos. En ocasiones habrá que abandonar uno más, porque la edición es de pasta dura o incluye ilustraciones. Carajo.

La apuesta esperanzadora es la que surge cuando el dinero no es problema. O se calculó el gasto exacto y no hay de otra que nomás dos o cuatro libros, o ni siquiera importa cuánto hay en la cuenta: se puede. O hubo ofertas, qué delicia. Vamos por la calle con la bolsa cargada de ejemplares con la emoción de los niños con el juguete deseado, y al llegar a casa los acomodamos en la pila de «por leer», generalmente en orden de compra para que nadie se sienta excluído, a menos que un título sea parte de esa lista de deseos de cada año, que apenas, por fin, se cumplió: se recorre en la fila o de plano se le da el primer sitio. Lo cierto es que las lecturas pendientes aumentan con esas compras de montón y, al menos a mí, me recuerdan que la gente tenemos esta fe absoluta de que vamos a estar vivos al día siguiente, las próximas semanas y meses, mínimo un año más, si en verdad intentamos leer los libros recién comprados. Comprar varios libros significa esperanza de vida.

Hay más libros que tiempo que vida, nadie lo pone en duda. A veces, también, me asalta la culpabilidad por buscarle espacio a lo que yo escribo, con la ilusión de tener algo hecho por mí junto a lo hecho por alguien más, que seguramente será mucho más bonito, más importante, trascendente, mejor hecho, inmortal. ¿Que tal vez falle miserablemente en mi tarea? Es lo más probable, pero lo que más temo, la neta, es sentir que la muerte me gana un día y que empiece a lamentarme por no haber comprado esa edición de Las mil y una noches de diez tomos, ilustrada, o la pasta dura de El infinito en el junco; de haber visto tres capítulos de Seinfeld una tarde en lugar de tomar uno de los libros recién comprados y comenzar su lectura.

«Los demasiados libros», balbucearía antes de morir hacia la nada, «los demasiados libros que no abriré jamás».

¿Bien fácil?

Por ABRIL POSAS

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Uy, la pusieron bien fácil, dicen. Bien fácil para abortar con el fallo ese histórico de la SCJN. Ahora cualquiera va a ir al Oxxo, comprar un six de Modelo, un paquete de Camel, unos Takis Fuego y pedir en el sistema que les hagan el cargo para un aborto en la Farmacia Similar más cercana. Como si el decreto que dice que es inconstitucional criminalizar el aborto de manera absoluta por parte de mujeres y personas gestantes fuera cosa tan sencilla.

No, eso llevó años del trabajo de miles de, casi exclusivamente, mujeres que se dedicaron a estudiar leyes, revisar artículos, organizar marchas, redactar cartas, asistir a mítines, escuchar resoluciones, buscar o convertirse en expertas en derecho con perspectiva de género, investigar la situación de las mujeres que deciden abortar (y de las que obligan a hacerlo, también), analizar datos, publicar artículos, compartir hallazgos, pintar pancartas, crear consignas para gritar entre todas, mantener la cabeza fría para escudriñar correcciones a la constitución, exigir cambios reales, acompañar a niñas, adolescentes, madres de familia a realizarse un aborto seguro, hacer colectas para defender a las que han sido encarceladas por decidir el destino de su propio cuerpo, documentar casos, vigilar que no se comentan abusos de autoridad, defender a las que algunos señalan erróneamente como asesinas.

Oh, no. Esto no sucedió de la noche a la mañana. Ningún tipo de avance en materia de derechos humanos, por muy absurdo que suene, jamás es algo que se ponga muy fácil. Pero cuando se trata de retroceder en ese tema, eso sí es sencillo, instantáneo, sin consultarlo a nadie.

No es fácil cuidar a una hija, conservar el empleo (o dos o tres o cuatro) para alimentarla, darle la oportunidad de ir a la escuela, que pueda desarrollar sus intereses. Tampoco es fácil amarla, porque los seres humanos somos complicados y contradictorios, y nos cuesta hablar de nuestros sentimientos y los miedos que nos acechan. Sin embargo, es bien sencillo que alguien se acerque a esa hija, la tome y le haga daño, la desaparezca, la mate.

No es fácil agarrar fuerzas para crear comitivas de madres y padres de familia que se pongan a buscar a sus desaparecidos. Es el recurso que nadie desea, porque significa que ni la autoridad, ni los que se los llevaron van a hacer nada para devolverles a su casa, y de todas formas no queda de otra. Pero sí es fácil, aparentemente, ir a un terreno baldío en las afueras (o en una casa que está entre otras casas donde vive gente), abrir una fosa y enterrar cientos de restos humanos, revueltos, mientras es claro que se usó una retroexcavadora para que fuera, todavía, más simple.

Tampoco es fácil ir al fondo de los armarios a recuperar las cajas que contienen los vestigios de la vida que fue de la hermana asesinada y hurgar en sus recuerdos, a la búsqueda de esas señales que no fueron evidentes (a la vez que se intenta comprender por qué no fueron evidentes) a tiempo, para crear una línea de tiempo que ayude a atrapar a su feminicida, quien, además, desde el primer minuto fue el único sospechoso y en 30 años no han dado con él. ¿Pero perder el expediente de investigación del caso? Es facilísimo.

Hay muchas cosas en este mundo que no son fáciles. Que tiene obstáculos desde su mismo diseño, que son piedras más grandes que la de Sísifo, y que se deslizan por una pendiente inclinada, torcida, llena de espinas. Y eso es lo que maravilla de cualquier persona que sabe que no debería ser así: se encarga de hacer algo, lo que sea, para que poco a poco se vuelva más fácil. Porque cuando por fin se aligera, es porque se alcanzó la planicie que precede a la siguiente subida que otra vez es inclinada, torcida, llena de espinas, entonces hay que recargar fuerzas.

Así que no, ahora no la tenemos más fácil para abortar. Porque este fallo histórico es apenas un paso en el largo camino de reconocer la autonomía que las mujeres tenemos siempre sobre nuestros cuerpos, sin importar las creencias o imposiciones de un sistema que odia que seamos libres. Y aún así, cuando más adelante se logre que el aborto sea seguro, gratuito y legal en todo el país (va a pasar: no lo duden ni tantito), habrá mujeres que no la tendrán fácil porque sus deseos de ser madres no coincidirán con sus propias e incontrolables situaciones y que deberán enfrentarse a una encrucijada. Y habrá otras que decidirán sin problemas, porque es parte de su plan y están seguras de lo que quieren, por lo tanto es la opción correcta.

¿La pusieron fácil? Lo dicen como si todo lo demás —conseguir empleo digno, seguridad social, apoyos para la maternidad, vivir sin acoso, sin machoexplicación, sin discriminación, protegidas por el sistema de justicia, plenamente reconocidas con independencia, dignidad y valía— lo fuera ya. ¿O en cuál Oxxo hace recargas una para conseguir algo de eso?